Notas del director
En el invierno de 1952, cuando Eva Perón agonizaba en Buenos Aires, se produjeron innumerables manifestaciones de fervor popular. Muchos realizaron hazañas y proezas, como ayunos interminables, records de trabajo continuo, maratones de baile, se batieron marcas mundiales en vuelos de planeador, en caminar para atrás, en acarreo de bolsas, etc. Eran personas comunes que querían colaborar con la salvación de Evita y de alguna manera, participar y estar cerca de su grandeza y también de la eternidad.
Hace unos años, atraído por esas historias, comencé a trabajar en una de ellas. Era en la que dos hacheros deciden traer a pie y cargado al hombro, desde la selva misionera a la capital un enorme tronco de timbó. Tenían la convicción que de esa manera colaboraban con la curación de la líder y protectora.
Por un lado me interesaba la historia como manifestación del pensamiento mágico que, más allá de toda racionalidad, une causa y efecto; pero fundamentalmente me atraían esos lazos intangibles que tejen la relación entre el mito y sus seguidores. Entre Evita y aquellos que la ven como inaccesible, pero al mismo tiempo como una igual, como quién supo, en nombre de todos, llegar a la gloria.
El guión lo abandoné, como tantos otros, pero cuando varios años después, en marzo de 2004, Diego Armando Maradona es internado por una crisis cardíaca en la Clínica Suizo Argentina y el fenómeno de adhesión casi religiosa vuelve de alguna forma a repetirse, retomé la historia de los hacheros, aggiornándola..
La historia ahora es la de “Tati” Benítez, motosierrista y algo menos ingenuo que sus predecesores, los hacheros. Para “Tati” conocer a Diego Maradona, estar cerca de él y quizás poder sacarse una foto con el ídolo, ocupa por entero sus deseos. Y está también en él, en forma difusa, la sospecha que cuando llegue a conocerlo algo en su vida cambiará para mejor. Con estos deseos a cuesta emprende el viaje.
El camino de “Tati” Benítez, a lo largo de la ruta 14, por regiones empobrecidas, está sembrado de desesperanza pero también de ilusiones.
Hacia el final de los títulos encontrarán la frase “Escrita y dirigida por Carlos Sorin”. Pero es sólo de fórmula porque algo hay que poner en los títulos. En realidad el film no ha sido totalmente escrito por mí. Sólo asumo la autoría, cuando en soledad con mi computadora, paso semanas editando, tratando de encontrar el hilo conductor de ese rompecabezas de tomas posibles.
Si bien procuro conservar la estructura narrativa en la que he trabajado en el guión previo, me doy cuenta que lo que aparece finalmente en el film es producto de esa azarosa dinámica de acontecimientos que se pone en marcha cuando comienza el rodaje. Porque mis filmaciones son dinámicas y necesariamente caóticas. Muchas veces tengo la sensación que he sido lanzado en un rápido, en una embarcación sin remos.
Nuevamente trabajo con no-actores. O en algunos casos con casi-actores. Aparte de mi indudable tendencia a complicarme la vida con esta forma de hacer las cosas, el objetivo es el mismo que el de mis películas anteriores: lograr algún momento -más allá de la simulación que implica siempre la ficción- en el cual el film esté próximo a lo verdadero.
Al no haber actores en el sentido literal, tampoco hay un director o una técnica de dirección.
Mi función es mas bien la de promover lo que pasa en la escena y registrarlo en forma interminable, repitiendo hasta el cansancio cada una de las tomas, con la esperanza que en un momento coincidan, se solapen, persona y personaje y aparezca así, algo milagroso, algo que tiene que ver con la verdad, algo real, algo irrepetible.
Con esos momentos –si los consigo-procuro armar mis películas.
Quizás solo sea una ilusión, porque la “realidad” es la realidad y tratar de capturarla sistemáticamente transforma el oficio de filmar en una batalla perdida de antemano.
En ese caso, sólo habré contado una historia.
Críticas páginas web argentinas
CRÍTICA de lanacion.com
Otra historia bella y simple de Sorín
El camino de San Diego (Argentina-España/2006). Dirección y guión: Carlos Sorín.
Con Ignacio Benítez, Carlos Wagner La Bella, Paola Rotela, Silvina Fontelles, Miguel González Colman y otros. Fotografía: Hugo Colace. Música: Nicolás Sorín. Dirección de arte: Margarita Jusid y Carina Luján. Presentada por 20th. Century Fox. Hablada en español. Duración: 98 minutos. Calificación: apta para todo público.
Nuestra opinión: muy buena Los personajes cinematográficos de Carlos Sorín se mueven, casi siempre, dentro de un micromundo cotidiano en el que el humor y la calidez se asocian para retratar historias imbuidas de realismo y de magia cotidiana. El realizador ya lo había demostrado en "Historias mínimas" y en "El perro", y ahora, con "El camino de San
Diego", vuelve a esa fórmula simple que deja de lado todo elemento intelectual para asentarse en la emoción cotidiana y en un entramado que une lo original con ese preciosismo que brota de sus criaturas enmarcadas en la angustia, en el humor y en la bondad.
Aquí, Sorín eligió a Tati, un joven que trabaja de hachero en la selva misionera, para relatar esta trama que emociona desde sus primeras secuencias, cuando el muchacho llega a su humilde vivienda, donde, como todos los días, lo esperan ansiosos su mujer y sus pequeños hijos. Tati transita por su existencia con esa felicidad que ni siquiera oscurece la pobreza sin esperanzas, y en su caso su devoción hacia Diego Armando
Maradona, cuyas fotos cubren las paredes de su rancho, y los recortes de diarios y revistas que se refieren a su ídolo son guardados con enorme cuidado.
Cuando pierde su trabajo en el obraje, él no se desanima y busca en el monte troncos, ramas y raíces para un viejo escultor que convierte esos elementos selváticos en pequeñas obras de arte. Así, vendiendo esas figuras de madera a los turistas, sigue subsistiendo sin amargura ni rencor hasta que, de pronto, encuentra entre la maleza una gigantesca raíz de un árbol con una silueta que él halla parecida a Maradona. De
inmediato se le ocurre entregarle personalmente al número 10 esa figura y poder hacerle autografiar una de sus fotografías.
Un viaje sin destino ¿Pero cómo llegar a Buenos Aires sin dinero? ¿Cómo acercarse a ese Maradona siempre rodeado por fanáticos y guardaespaldas? ¿Qué decirle cuando, seguramente, la emoción le impida hablar estando frente a él? Tati, sin embargo, no se dejará vencer por tantas preguntas y así comenzará su viaje a Buenos Aires para cumplir su promesa.
Haciendo algunos kilómetros a pie, viajando a dedo o instalado en el camión de un brasileño que comprende la ansiedad del muchacho por acercarse a su ídolo, Tati llegará a Buenos Aires en el momento en que el futbolista es internado en una clínica por un problema cardíaco.
Cargando siempre con ese tronco, Tati llega a la gran ciudad, donde para él todo es nuevo, apresurado y difícil de solucionar. Su periplo finalizó y allí está Tati con su talla de madera, frente a la clínica en que se halla Maradona. Pudo lograr, por fin, su sueño dorado. Falta ahora que ese rústico tronco llegue a manos del destinatario al
que Tati admira sin concesiones.
Al estilo de las road-movies típicas de la cinematografía, el viaje del protagonista está sembrado de indiferencias y de admiración, de sinsabores y de alegrías, de situaciones risueñas y de emotivas enseñanzas. Con este guión sin duda bello en su anécdota y cálido en su estructura, Carlos Sorín logró un film de enorme impacto sentimental sin
caer en lo melodramático ni transgredir lo cálido de su propuesta. Este trabajo, pues, se suma al talento de su realizador, que sabe bien claramente que para lograr la emoción del público no es necesario dejarse envolver por tramas enredadas, sino que lo necesario es brindar una historia que llegue al alma con la simplicidad de lo meramente cotidiano.
Como en sus dos films anteriores, Sorín prescindió de actores profesionales. Aquí, tanto Ignacio Benítez (Tati), como Carlos Wagner La Bella, Paola Rotela y el resto del elenco hacen su primera presentación frente a la cámara con la sumisión que les pedían sus personajes. A ellos se suman una excelente fotografía de Hugo Colace y una impecable banda musical de Nicolás Sorín, y todos se plegaron a esta historia que
habla de amor, de pasión y de esfuerzo en pos de un ideal. Y habla,
fundamentalmente, de seguir sin detenerse un deseo pleno de calor humano y de honda sinceridad.
Adolfo C. Martínez
CRÍTICA de ambitoweb.com
Una jugada que sólo Sorín sabe cómo hacer
«El camino de San Diego»
(Argentina-España, 2006, habl.
en español y guaraní). Guión y dir.: C. Sorin. Int.: I. Benítez, C.W. La Bella, J. Villegas, A.Maldonado, P. Condito, S.Fontelles, W. Donadio, M. Alvez.
¿Cómo hace Carlos Sorín? A poco de empezar su relato, ya el público está sonriente, admirado, y enternecido, y así va a seguir hasta después que se termine. Salvo excepciones, claro. Siempre hay quien desdeñe las fábulas, o niegue la existencia de tanta gente amable, cordial, como la que aquí aparece, o incluso quien ya esté harto de Maradona y de los hinchas de Maradona.
Corresponde tranquilizarlo: esta película no es sobre ellos, al menos en el sentido con que habitualmente aparecen en los medios.
Esta película, sencilla, sin estridencias, siempre amable, es sobre la gratitud, la buena memoria, el buen humor, la gente simple que actúa de buena fe, las creencias populares, la ilusión que ayuda a vivir, la mano abierta que se brinda en el camino, la unidad de un pueblo en torno al cariño por quienes le dieron alegría. En este caso, el protagonista es un muchacho inocente (no confundir inocencia con ingenuidad) que,
al saber de la internación de su ídolo, decide viajar, como sea, desde su pueblo misionero, para verlo y regalarle una talla de madera timbó.
Eso es todo. Eso, y el viaje desde Pozo Azul a General Domínguez, los personajes de lo más variados con que se cruza, pintados con trazo justo y afectuoso, las historias sutilmente sugeridas, el reencuentro con viejos y queridos conocidos de «Historias mínimas» y «El perro», el descubrimiento de otros, de quienes ya nos sentimos amigos (a señalar, el precioso don de transmisión del joven Ignacio Benítez), la naturalidad de todos, la naturaleza de esta tierra y de sus habitantes, las reflexiones íntimas que va despertando cada cosa que pasa, y, por supuesto, la música de Nicolás Sorín, el gran oficio de Hugo Colace para transmitir los colores de cada región, la mano de Carlos Sorin para trabajar al descampado con «noactores », para ir armando, a lo largo del rodaje, un cuento a corazón abierto, para que hasta los de River lloren de emoción.
En suma: un deleite, propio de un verdaderoartista. Y cómo lo hace, la verdad, aún después de ver y analizar su trabajo, todavía no lo sabemos. Vale decir, por más que lo estudie en el pizarrón, es muy difícil que a otro le salga.
CRÍTICA de clarin.com
Caminando se entiende la gente
"El camino de San Diego", de Carlos Sorín, la solidaridad infinita es el tema en un filme sobre los afectos.
Tati tiene la ingenuidad en cada uno de los poros con acné que le cubre
la cara. Ese rostro, tan asiduo por su transparencia en los personajes
centrales que imagina y filma Carlos Sorín, no puede menos que tener un
corazón atento.
Tati, como Dios manda —si Dios es argentino— es un devoto maradoniano
de la primera hora. Sabe con qué peso nacieron las hijas del Diego, le
quiso poner Diega a su propia hija, recuerda los goles aquí y en el
extranjero y atesora la entrada de cuando lo vio jugar en Corrientes con
la camiseta de Boca.
Y Tati es un motosierrista misionero, que un día de lluvia ve en una raíz
de un timbó caído la cara de Maradona, y se le ocurre llevar esa estatua
a la clínica donde por 2004 estaba internado el 10. Para ello, Tati
deberá hacer un viaje que lo llevará a recorrer lugares y conocer
personajes, muchos de los cuales se reirán de su odisea personal, pero
otros tantos lo ayudarán.
La película es, básicamente, sobre la solidaridad. En algunos casos, sin
límites. Sorín dice —y no hay por qué no creerle— que El camino de San
Diego es una comedia, o al menos lo más comedia que le puede salir. Lo
ha dicho de otros títulos, desde que inició esta trilogía rutera que inició con la excepcional Historias breves y prosiguió con El perro. No es que la ilusión, y el sentimiento contenido de los personajes pierda algo en su llegada al espectador, pero El camino de San Diego remeda a sus anteriores filmes y comienza a dar la impresión de que el camino de
Sorín con estos protagonistas que van de un lugar a otro para convertirse
en algún otro, o reafirmar lo que son, está llegando a su lugar.
El director de La película del Rey es un maestro en crear climas, a
partir de imágenes, acompañadas por la música de su hijo Nicolás, o
sencillamente pinta situaciones o personajes con una sola línea de
diálogo. El camionero brasileño que primero se niega a llevar a Tati y la
raíz, por un prejuicio futbolístico, la prostituta que quiere zafar, los
colectiveros, agentes de seguridad, el vendedor de cámaras fotográficas,
todos tienen su por qué en la historia. Se lo descubre con una mirada.
Sencilla.
Con actores o no actores, con o sin perros, Sorín sabe cómo mover los
hilos de la trama buscando entretener y conmover. Lo logra, y eso es lo
que cuenta.